En pleno verano, cuando las ciudades se llenan de turistas y el bullicio se vuelve constante, no hay nada mejor que escapar a un pueblo de interior. Estos lugares, con su tranquilidad y encanto, ofrecen un descanso necesario, alejado de las multitudes de los núcleos urbanos más grandes. Allí, el aire es más fresco, las tradiciones siguen vivas y la hospitalidad de sus habitantes nos hace sentir como en casa.
Además de la calma, estos pueblos nos invitan a explorar su riqueza natural y cultural, con cascos históricos que nos transportan al pasado. Además, la gastronomía local nos conecta con lo auténtico, mientras que los paisajes ofrecen un respiro revitalizante. Sumergirse en su cultura es una forma de redescubrir la vida sencilla y esencial, algo que puede ser fundamental para recargar las pilas si venimos de una gran ciudad.
Un ejemplo claro de este tipo de escapada perfecta es la villa medieval de Palau Sator, en el Baix Empordà, Girona. Aunque frecuentemente es eclipsado por su vecino Peratallada, este rincón es un tesoro por descubrir que fue declarado como Bien Cultural de Interés Nacional en 2017. Pasear por sus calles hasta la Torre de las Horas es como viajar en el tiempo, rodeados de historia y serenidad, gracias a lo bien conservados que están todos sus antiguos edificios.
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Y es que, Palau Sator tiene raíces que se remontan a la época romana, lo que resulta evidente en los restos arqueológicos de la zona. Su castillo, que perteneció a Bernat Miquel, es un símbolo de su rica historia y es uno de los lugares más bonitos de toda la localidad, que no nos podemos perder. Además, la copla de La Principal de la Bisbal, formada en gran parte por habitantes de Palau Sator, es una parte fundamental de su identidad cultural.
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